viernes, 27 de abril de 2012

Ya es tiempo.

Que las formas del tiempo se dejen ver, que ocupen el lugar que los colores dejaron cuando, esta tarde, sin aviso ninguno, decidieron posarse ordenadamente en aquel lienzo olvidado. Sabia complicidad, pensé, cuando, ya abierta la puerta, los vi sonrientes, jugando. Aquel cobalto se movía lentamente de izquierda a derecha, pasaba por encima del cercano cadmio y, sin dejar de mirarme, hacía resplandecer al mismo verde que horas antes había visto en las orillas de Tir na N'og. El mismo azul que bordeaba las tierras de la misma frontera y las tornaba en profundos abismos, aquellos a los que Mr. Cohen volvía obsesivamente. El mismo azul que ceñía a los soberbios rojos y los convertía en los violetas que, dos años atrás, yo mismo había visto ascender a los cielos. Atónitos, los pinceles miraban la escena; no sabían qué hacer. Cerré la puerta. A los niños hay que dejarlos jugar.

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